Joseph se dirige a visitar a su padre moribundo en un tren donde tanto el paisaje a través de las ventanas como los pasajeros, en aparente trance, y el propio estado del vehículo conforman un escenario que escapa a la razón. Sensación que se mantiene tras la llegada al sanatorio en el que está ingresado su padre, pues la curiosa estructura del edificio unida a su decadencia extrema no se ajusta a las expectativas concebidas sobre instalaciones dedicadas al cuidado de la salud. Tampoco le tranquiliza la conversación con el médico que atiende a su padre. Los métodos que dice emplear se asemejan a las fantasías de un lunático.