Fujiko, que no lleva ni una puntada de ropa, es el modelo de una estatua de una sirena, tallada en cristal de cuarzo. De un tirón, el alcalde de un pueblo le entrega un montón de billetes al escultor, Vingel, que dice que quiere convertir a la sirena en una atracción turística, y Vingel se la vende. Cuando Fujiko le grita a Lupin que lo recupere, él hace su entrada. El vagón del tren de transporte que lleva la estatua tiene un mecanismo de acoplamiento especial, y robarlo requerirá un poco de ingeniería. La idea fantasiosa de Lupin es fría y clara.