Jen cuestiona su vida laboral y decide que es hora de tomar otros rumbos, mientras Roy tiene un gran incidente con su camiseta.
Mythic Quest es una de las últimas contribuciones a la tradición de las comedias de oficina, como The Office o la más reciente Superstore, con el añadido de que es una de las pocas que se sitúa en el mundo de la tecnología y los videojuegos. Tenemos algunos ejemplos de humor friki inglés como la desternillante The IT Crowd, o centradas en empresas tecnológicas como Silicon Valley, una serie que a lo largo de los años se ha convertido prácticamente en un documental que narra la vida en las start-ups estadounidenses. Mythic Quest llegó el año pasado a nuestras pantallas para contarnos el día a día de un estudio de desarrollo de videojuegos con el equipo de guionistas de It’s Always Sunny in Philadelphia.
Si la primera temporada se centraba en narrar el caótico desarrollo de Banquete de cuervos, una expansión del videojuego Mythic Quest, esta se dedica a poner patas arriba las dinámicas establecidas entre los personajes. Ian (Rob McElhenney) y Poppy (Charlotte Nicdao) deben encargarse como nuevos codirectores creativos de diseñar una nueva expansión tras el éxito mundial de la primera. Pero hay un problema: las dos mentes más creativas de la empresa son también las que peor se llevan. Y es justamente este dúo el que tendrá que liderar el proyecto y dejar (o no) de lado sus diferencias por el bien del estudio.
El resto de la tropa también se suma a la partida. El productor David (David Hornsby) seguirá intentando imponer su autoridad, sobre todo después de que su ayudante Jo (Jessie Ennis) le haya abandonado por el director financiero de la empresa, Brad (Danny Pudi), que tendrá que plantar cara a viejos demonios para proteger el estudio. Las dos probadoras, Rachel (Ashly Burch) y Dana (Imani Hakim) cobran más protagonismo en esta temporada, no solo por la ya evidente química que hay entre ellas, sino por sus aspiraciones de ascender en Mythic Quest.