Hearst, tras haber pasado la noche en la cárcel, le pregunta a Utter si Bullock cree haber conseguido algo. Utter finge descubrir al minero muerto en la celda de al lado y se pregunta en voz alta si ése es el cuchillo de Hearst. Bullock le dice a Martha que “el asunto se vino abajo” refiriéndose a Hostetler y a lo de Hearst la noche anterior. Swearengen interrumpe su conversación porque quiere averiguar por qué ha detenido a Hearst. Le advierte a Bullock que, tras haber perdido a Turner, y humillado por su encarcelamiento, Hearst estará en pie de guerra “y aquellos que sean objeto de su ira tendrán que estar cerca y confiar unos en otros. Nuestra alternativa es huir”. Bullock está de acuerdo en que huir no es opción y Martha, complacida, escucha desde la escalera.
Alma, que está peinando a Sofia, se impacienta con ésta, que está preocupada por la ausencia del señor Ellsworth. Mientras, Steve, borracho, protesta delante del establo, defendiéndose diciendo que es inocente del suicidio de Hostetler. “¡Mis manos están limpias y mi corazón tranquilo!”
Bullock llega a la cárcel y Hearst exige que lo suelten. Cuando lo hacen, Hearst coge el cuchillo del cuerpo del minero y se lo lleva con él mirando fijamente al Sheriff. “Supongo que sabe a quién pertenece”, observa Utter. Odell, el hijo de Tía Lou, llega al pueblo. Ella le acompaña a su habitación, insistiendo en que no pasa nada porque se quede con ella. Hearst vuelve de la cárcel y se sorprende de ver a Odell en la habitación de Tía Lou. Dándose cuenta de su error, Tía Lou se echa atrás, pero Hearst, afirmando su estatus de dueño y jefe, le extiende su propia invitación a Odell para que se quede.